viernes, 16 de marzo de 2012

EXTRAMUROS EN LA RED


La Revista Literaria Extramuros está por fin en la red de redes. Me complace anunciar esta noticia en tanto que con esta publicación y con la personas que la llevan adelante me unen lazos de amistad indiscutibles y una parte de mi vida del todo inolvidable para quien suscribe estas líneas de presentación, no en vano la vi nacer de primera mano y en sus inicios fui codirector con uno de los Fundadores y a la sazón director de estos primeros números, el lamentablemente desaparecido José Espada. Posteriormente fui director inaugurando un nuevo período en Extramuros, donde se vieron números de gran relevancia y de ineludible referencia. Hoy voy a presentar simultáneamente esta entrada en este blog Ancile y en el propio de la Revista Extramuros. Será un estupendo motivo para conocer el entorno digital de esta revista y rendir homenaje a su creador y uno de sus fundadores y directores de la misma: José Espada; por cierto, estamos preparando un librito de poemas suyos inédito que en breve verá la luz: Versos de ayer.  Para la ocasión he escogido una separata de uno de los números porque acaso fue la última cosa que vio publicada nuestro amigo (salió a la luz en diciembre de 1998, y él falleció a primeros del año siguiente), y porque así mismo sea la que inaugure una nueva época en el ámbito de las nuevas tecnologías que, seguro, la difundirán como sin duda se merece. Acompañaran las mismas ilustraciones del cuadernillo, de José Arcadio Roda. Así pues, solácense con tan delicada propuesta en forma de pregón que tuvo a bien dedicarnos a los amigos en los últimos días de aquel año y que, como digo, dará cauce a otros muchos que vendrán de la mano de todos los que trabajan porque así sea.

Francisco Acuyo 







LA REVISTA LITERARIA EXTRAMUROS EN LA RED




NAVIDAD Y POESÍA



Hablar de Navidad es repetir, siempre, los mismos tópicos, sin posible aportación de novedades, por aquello de que nada hay nuevo bajo el sol.
Navidad y Poesía comparten la magia del misterio que arrastra al espíritu a sentir una profunda conmoción de lo que presiente o intuye, pero no conoce; que puede emocionarle pero nunca alcanzará a comprenderlo porque sería como traspasar los límites de ese mismo misterio que paradójicamente, no tiene fronteras.
Sin duda, la Navidad es un fenómeno de alcance universal que ha influido en la vida de millones de seres en el ámbito del cristianismo y, por tanto, en la historia del Arte. Muy especialmente, en la literatura, y de ésta, en la Poesía que ha fructificado en la tradición y en el folclore de los pueblos que han cantado a la Navidad: unos 400 millones de habitantes que hablan español; aparte de la riquísima tradición de los pueblos anglosajones.
Pero antes de seguir adelante, debo asumir la obligación de hacer un acto de contrición, utilizando el poema del granadino Luis Rosales, en su «Autobiografía»; por tanto, me tomo la licencia de utilizarlo a modo de confesión general, como homenaje a mi viejo amigo y maestro, con el que compartí juventud y vocación, cuando se ha cumplido, recientemente, el sexo aniversario de su muerte, ocurrida el 30 de octubre de 1992:

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

Todo pregón encierra algo de proclama y de manifiesto que trata de difundir una noticia triste o alegre. Aquí se dan los dos componentes: alegre, por el aspecto festivo del acontecimiento y, melancólico, por el paso inevitable del tiempo que nos envuelve en suave niebla de nostalgia; echamos de menos a los ausentes y a los que se fueron para siempre; especialmente a la hora de reunirse la familia en Navidad.
En efecto, la Navidad ha llegado, sin saber cómo, como llega la Primavera de Machado, con el paso y el pulso irrevocable de los días que transitan en el Adviento, con su carga de esperanza. El Adviento es la cinta transportadora, que nos va introduciendo en el gran acontecimiento de la Navidad, nos instala en ella y nos abre las puertas del corazón al amor fraterno como ninguna otra fiesta, como ha expresado mi gran amigo y compañero de aventuras literarias, el poeta jerezano, Rafael Rodríguez Almodóvar del cual voy a leer un poema, cuyo latido subválveo es, precisamente, una convocatoria al amor y al encuentro navideño. Dice así:

El tiempo no detiene
 jamás su lineal itinerario;
y en las pausas de nieblas y silencios
nos va infiltrando la hora
 cumplida del adviento.
Hay un clamor de música celeste
que corona la tarde de trompetas
y luces de colores encendidas
con aparato de redonda fiesta.
Un escenario inmenso, bien propicio
al amor hondo, al abrazo pronto,
y al esperado encuentro navideño.
Aquí pongo mi mano siempre abierta
y un oloroso viejo en mis toneles.
De par en par las puertas... Esperando.


Ciertamente, la Navidad es puerta abierta a la esperanza, invitación a dejamos dominar por su magia, al encuentro familiar, y al regreso a nuestros orígenes, que tanto impacto origina en estas fechas.
Si desde el espacio exterior pudiéramos observar nuestro planeta, en estos días inmediatamente anteriores a la Navidad, podríamos ver un inmenso hormiguero humano, en un incesante ir y venir, que a instancias de impulsos ancestral es «Vuelve a casa por Navidad», como dice el slogan publicitario del turrón. ¿Cómo era la Navidad de antaño?
Quizás se vivía con un sentimiento religioso más extendido, pero con la misma fuerte vinculación a esa llamada del hogar y de la familia que simboliza el Portal y el Nacimiento. Con el tiempo, las celebraciones han ido variando, aunque lo esencial permanezca. Por supuesto, recuerdo, con mayor precisión, las de mi niñez: la cena cumplida, pero austera, la misa de gallo como acto central, la comida del día de Navidad con el plato fuerte del pavo en variadas recetas culinarias, los dulces pascuales característicos de los que los niños comíamos abusando de ellos; a veces las fiestas se nos ensombrecían un poco con los empachos y sus consecuencias: las purgas redentoras del aceite de ricino o el agua de carabaña de difícil aceptación, que cumplían, sin duda, su misión de lavado de estómago, para volver a empezar.
Nada mejor para evocar estos recuerdos de otros tiempos, que el famoso relato de Pedro Antonio de Alarcón, «La Nochebuena del poeta» tan conocido. Quisiera no obstante, hacer un breve extracto del mismo, por lo que tiene de expresivo, de cómo era la Navidad en otro tiempo.
Cuenta nuestro escritor accitano que después del toque de oraciones, el padre con voz solemne, comunicó al niño Pedro, al futuro gran escritor, que esa noche no se acostaría a la misma hora que las gallinas, porque ya era grande y debía cenar con sus padres y con los mayores puesto que era Nochebuena.
Aquellas palabras fueron recibidas con regocijo natural por Pedro, porque se acostaría tarde, mirando con desprecio a sus otros hermanos pequeños.
Describe Alarcón el hogar en que chisporroteaba un enorme tronco de encina; la negra y ancha campana les cobijaba a todos; estaban también las dos abuelas que aquella noche se quedaban en casa para presidir la cena; seguidamente, se hallaban los padres, luego los hijos, y por último los criados.
Algunos copos de nieve caían por el cañón de la chimenea, y el viento silbaba a los lejos, hablando de los ausentes, de los pobres, de los caminantes.
Se tocaba el arpa, sonaba la zambomba, se cantaba, todo era bullicio, todos contentos, circulaban los mantecados, los roscos, los dulces monjiles, el aguardiente de guindas, se hacían proyectos de ir a misa de gallo, elaborar sorbetes con la nieve del patio, etc... En medio de aquella alegría, la abuela paterna cantó:

La Nochebuena se viene,
 La Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.

Esa copla heló el corazón de Pedro, el futuro gran escritor, y se le manifestaron de repente todos los horizontes melancólicos de la vida, que sumió al niño entre voces y visiones del presente, pasado y futuro de las generaciones familiares; y el desfile de mil nochebuenas más que vendrían periódicamente, cambiando los escenarios, robando vida y esperanza y creando alegrías futuras en las que no todos los allí presentes participarían, etc., etc... Y, finalmente, cierra Alarcón este relato: «Un río de lágrimas brotó de mis ojos. Se me preguntó por qué lloraba; y como yo mismo no lo sabía, como no podía discernido claramente, como de manera alguna hubiera podido explicado, interpretóse que tenía sueño y se me mandó a acostar.
Lloré pues de nuevo con este motivo, y corrieron juntas, por consiguiente, mis primeras lágrimas filosóficas y mis últimas lágrimas pueriles».
La Navidad tiene también su cara y su cruz. Su cara está en su lado efectivo, religioso, gastronómico, familiar, etc. (sobre todo, el gran triunfo de la gastronomía que nos ataca desde todas las posiciones posibles), y su cruz en el agravio que representa el cuadro de los desheredados que siguen ahí arañando nuestra sensibilidad, la marginalidad de los presos en las cárceles, el dolor de los enfermos y de sus familiares que los acompañan... Constituyendo una parte del Todo, y merece dejar constancia de nuestra solidaridad con ese espectro del desamparo que se introduce en nuestra conciencia.
Hoy, cuando vivimos saturados por la abundancia, apenas se habla del pan, ni aún en Navidad. La importancia del pan en la España del hambre, de capas sociales dominadas por un fondo de economía modesta, puede quedar reflejada en aquel bando chusco del alcalde de un pueblo que hacía un llamamiento a la celebración de la Navidad igual, seguramente, a los de otros años anteriores.

De parte del señor alcalde
 que todo el pueblo se alegre
que llega la Navidad
y se rejunten los pobres
 al pie del Ayuntamiento
que se va a repartir pan.

Pan, pan. Palabra mágica, alimento fundamental en aquellos años. Su importancia quizá no la puedan comprender hoy las nuevas generaciones que se están acostumbrando a considerar el pan como algo superfluo.
Pero no nos asombremos demasiado, porque yo he leído en los carteles del Corpus de la Granada de los primeros años de este siglo, en el Programa de las Fiestas, como un acto más de las mismas, el reparto de pan a los pobres.


También quiero recordar aquellas cenas colectivas multitudinarias para pobres en la década de los 40 que ejercían su función de parche de caridad, en cuya organización participé y que tenían como colofón la alegría desbordada de los desheredados que inundaban las calles de Granada con sus cánticos y manifestaciones de estómagos agradecidos.
Hay aspectos no exentos de comicidad en la caridad oficialista como aquellas campañas navideñas de «i siente a un pobre en su mesa!», cuyo recuerdo me sigue indignando por la humillación que significaba. Seguramente, el pobre afortunado sería aseado adecuadamente y sentado en una mesa de buen mantel, vajilla y cubiertos, en la que el pobre de turno saciaría su hambre, sin duda, con buenos alimentos, postres incluidos. Y después, acabada la cena, ¿qué sucedería? Nada: el pobre a la calle; y en el mejor de los casos, volvería a su refugio, ¡si tenía la suerte de tenerlo!
Los días de Navidad constituyen un largo puente junto a la Fiesta de los Reyes Magos como traca final. La ilusión de los niños se estimulaba con los escaparates iluminados y los puestos de Bib-Rambla, y estallaba la víspera de Reyes con la Cabalgata y la noche de la espera en la que verían cumplidos sus sueños, más o menos generosamente, según las posibilidades. Y cuando llegábamos al 6 de enero .", parecía que los tenderetes de la Plaza Bib-Rambla, exponentes de la Navidad granadina, se resistían a desaparecer.
Pero también aquí afloran las diferencias con el nivel de antaño. Los niños se sentían felices con sus caballos de cartón y sus carromatos de hojalata o los ruidosos tambores o zambombas; las niñas con sus modestas muñecas y sus cocinitas. No era difícil contentar a los niños porque su nivel de exigencia estaba a la altura de las circunstancias de los mayores, pero eran tan felices, o más, como ahora que disponen de complicados juguetes teledirigidos, con las muñecas que hablan y se hacen pipí, las casas perfectamente equipadas, los juegos electrónicos, los automóviles con batería, los volquetes y grúas mecánicas, los tanques y otros juguetes bélicos cuya repulsa e indignación hacia ellos manifiesto para contribuir a las protestas y conseguir, de una vez por todas, que se prohiba su fabricación y venta.

Insistimos en la universalidad de la Navidad que engloba la mayor parte de las religiones y ramas del cristianismo.
Me limitaré al ámbito hispánico que comprende también pluridad de países y que supone unos 400 millones de habitantes y afecta a diversas literaturas que se expresan en la lengua de Cervantes. Pero hoy nos tendremos que atener a nuestra tradición española, destacando el villancico presente en nuestra poesía, desde el siglo XV en que Juan del Encina, sobre el patrón que imperaba del Cancionero en boga, establece los elementos pastoriles o rústicos que dan aire al villancico y lo diferencian de las canciones del amor cortés o de ambientes cultos de la corte y cuyos villancicos han influido posteriormente en todos los poetas desde el Siglo de Oro hasta nuestros días. Sin embargo, lo que en Juan del Encina se llama villancico es algo diferente de los populares que el pueblo canta en estos tiempos, aunque tenga en común el uso de estribillos o motes que repiten la idea central del poema.
He aquí el fragmento de un villancico bastante largo de Juan del Encina, del que sólo reflejamos dos estrofas:

Duélete Virgen, de mí,
mira bien nuestro dolor,
que este mundo pecador
 no pueda bivir sin ti.
No llamo desque nací
«Vida mía» sino a ti, Virgen María.

Tanto fue tu perfección
y de tanto merecer
que de ti quiso nacer
quien fue nuestra redención.
No hay otra consolación,
vida mía,
sino a ti, Virgen María.

En él vemos cómo los dos versos finales se van repitiendo en cada estrofa.
Sin duda, Juan del Encina ha influenciado a los poetas de generaciones posteriores incluyendo a nuestros clásicos, y así vemos, por ejemplo, cómo Luis de Góngora escribe:

Caído se le ha un clavel
Hoy a la Aurora del seno;
¡qué glorioso que está el heno
 porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada de hielo
reinaba la noche fría,
 en medio la monarquía
de tiniebla tan cruel
caído se le ha un clavel.

Utilizando la misma técnica, Lope de Vega nos canta:

Alegraos, pastores,
ya viene el albore.
Tened alegría,
que ya viene el día.

Alégrese el suelo
 con tal regocijo,
pues de Dios el Hijo
hoy baja del Cielo
y en humano velo
por nuestros amores.

Alegraos, pastores,
ya viene el albore;
tened alegría,
que ya viene el día.

Un ejemplo más de Lope de Vega:

Mañanicas floridas
del frío invierno,
recordad a mi Niño
que duerme al hielo,

Mañanas dichosas
El frío diciembre,

aunque el cielo os siembre
de flores y rosas,
 pues sois rigurosas
y Dios es tierno,
recordad a mi Niño
 que duerme al hielo.

Podríamos seguir con más y más ejemplos, de Quevedo, Ruiz de Alarcón, Fray Íñigo de Mendoza, Calderón, etc., etc. Sólo antes de pasar a otras composiciones de la poesía actual, quiero detenerme en San Juan de la Cruz, donde culmina el misticismo en la historia de la poesía española. Se ha cumplido en este año el 407 aniversario de su muerte, y sólo quiero recordar en homenaje a él, la última estrofa de Noche oscura del alma, expresión de la máxima espiritualidad del encuentro con Dios, aún cuando tenga que prescindir de otros romances alusivos al Nacimiento, que tiene el Santo.

Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Otros ejemplos de la poesía actual que siguen reflejando lo maravilloso del misterio del Nacimiento, anhelo de espiritual belleza con que la humanidad se contempla a través de los siglos, va envolviendo de magia el Portal de Belén, con esa luz poética que da vuelo a nuestro afán de trascender como impulso interior de nuestra existencia. Sólo se encuentra algo de similar luminosidad poética, en el Nacimiento de Buda, en un acto de eclosión floral, en que se manifiesta el Niño que esplende la luz de la poesía.
Está claro que nuestros poetas del ámbito cristiano, han encontrado en el misterio del Portal de Belén, las motivaciones más bellas para exaltar el misterio del Nacimiento del Niño Dios.
Voy a transcribir un poema de una poeta actual, María Vitoria Atencia, autora de ese bellísimo libro, «Trances de Nuestra Señora», del que escojo el breve poema:

PLENITUD»

Desde entonces me tienes, Señor, a tu servicio:
Con llevarte conmigo lo demás se me olvida.
Una brizna de paja pone el oro en mi pelo
 y, cerca de nosotros, buey y mula vigilan.
Y aunque ya me doblega el reproche del tiempo,
su completo solsticio de plenitud herida,
que sigan aguardando, por mi, que te retengo,
 por mi que en esta noche he de darte yo misma.


Quisiera sumar ejemplos de otros poetas, que han dejado su huella en el tema de la Navidad, pero voy a limitarme a un poeta granadino: Luis Rosales.
En Luis Rosales, que quizás sea el poeta español que con más apasionamiento ha cantado a la Navidad, también aparecen las sutiles int1uencias de Juan del Encina. Veamos a continuación dos poemas:

CALLAR

Dicen que el niño ha nacido,
y el corazón en la brisa
tiene una fiesta imprecisa
de campanario sin nido;
siempre hay un niño dormido
junto al silencio, vivir
sin despertarle ni herir
con la nieve su garganta...;
callar, es la noche santa,
«no la debemos dormir».

Callar... ¿Si el niño tuviera
siquiera luz por abrigo,
y el viento no helara el trigo
 de su sonrisa primera?;
callar, ¿ si el niño quisiera
descansamos de vivir,
y el mundo dejara oír
su alegre mensajería?;
callar, habla todavía,
 «no la debemos dormir».

Veamos, otro poema del mismo autor:

DE CÓMO Y PORQUÉ SE JUNTARON PARA LLORAR LOS ÁNGELES Y LOS PASTORES

Los ángeles ven al niño
y están llorando en silencio;
le miran, le ven y lloran
para merecer su cuerpo.

Los pastores no son hombres,
que son árboles del cielo;
lloran viéndose en los árboles
 como si fueran espejos.

Los pastores son de nieve
recién pisada, de beso
que tarda un poco, de llanto,
que siempre llega a su tiempo.

Los ángeles son de lluvia
 con sol, de cristal con sueño,
de nieve recién caída,
tal vez de nieve cayendo.
Unos porque tienen alas
 y otros porque tienen cuerpo,
todos están junto al niño
 llorando y amaneciendo.

No tengo más remedio, a la hora de terminar este Pregón, que lamentar el sombrío panorama de tormenta bélica que ha ensombrecido la Navidad de este año, y que queramos o no, a todos nos afecta.
Aunque parece que hemos entrado en una tregua de Navidad, esperamos sea definitiva.
Por eso, mi primer deseo que transmito a todos es PAZ, sobre todo PAZ, aspiremos a la PAZ; y cómo no, a la FELICIDAD DE ESTAS FIESTAS, Y a UN PRÓSPERO Y RISUEÑO AÑO NUEVO que conlleve la Esperanza para vuestras familias, para todos en general, como expresión de Buena Voluntad. FELICES FIESTAS Y UN CORDIAL ABRAZO PARA TODOS.

Gracias.*

* Pregón de Navidad pronunciado el día 21 de diciembre de 1998, organizado por el Aula de Cultura del Diario Ideal de Granada.


José Espada



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